El teléfono no es un invento reciente. De hecho, la primera patente de teléfono fue concedida a Alexander Graham Bell allá por 1869, hace más de 150 años. Durante la mayor parte de ese tiempo, el teléfono se mantuvo prácticamente sin cambios como método para enviar y recibir comunicaciones vocales en tiempo real. Hubo algunos avances, como el cambio de teléfonos de marcación rotatoria a marcación por pulsadores, así como un aumento en la calidad del sonido y una reducción de tamaño y peso. Sin embargo, su función principal era básicamente la misma hasta hace relativamente poco tiempo.
Los primeros teléfonos móviles evolucionaron a partir de teléfonos inalámbricos y eran esencialmente dispositivos portátiles que podían realizar y recibir llamadas. Estos rápidamente avanzaron hacia máquinas más compactas y tecnológicamente capaces que podrían enviar mensajes de texto, jugar juegos básicos y acceder a funciones como notas, calendarios y despertadores. Pero ya en el año 2000, estos teléfonos móviles estaban muy limitados en cuanto a sus funciones y había pocos indicios de lo que vendría.
Aunque hubo algunos ejemplos tempranos de lo que podrían considerarse teléfonos inteligentes, como el IBM Simon en 1994, eran increíblemente caros y sólo se fabricaban en cantidades muy pequeñas. Todo esto cambió en 2007, cuando se lanzó el iPhone. Este teléfono inteligente presentaba una pantalla táctil capacitiva multitáctil, podía acceder a Internet a través del navegador Safari y tenía acceso a una tienda de aplicaciones repleta de descargas de software casi ilimitadas. Estos nuevos teléfonos inteligentes actúan efectivamente como pequeñas computadoras que pueden hacer de todo, desde transmitir contenido hasta mensajería instantánea, convirtiéndose en una parte indispensable de nuestras vidas que parecía imposible apenas unos años antes.